Al igual que sucedía con los creadores anteriores, para Antonio Joaquín Robles Soler, más conocido como Antoniorrobles (Robledo de Chavela, Madrid, 1895-1983), la dedicación a la literatura infantil no fue algo episódico, sino que constituyó su principal ocupación desde 1930 (año en que publica 26 cuentos infantiles en orden alfabético). Y también como aquellos, con quienes le unía una estrecha amistad, tuvo oportunidad de continuar esta actividad de manera profesional tras su llegada a México. En realidad, Antoniorrobles, a quien hoy consideramos como uno de los clásicos de la literatura infantil española, fue uno de los primeros escritores en especializarse en escribir para niños, lo que motivó que Ramón Pérez de Ayala se refiriera a él como “El primer escritor infantil, incluso en el sentido del único”; así como “el hermeneuta de las leyes genuinas, las naturales, y el centro de la mejor sociedad: la de los niños” (apud. García Padrino, 1995, 9).
Se ha dicho que Antoniorrobles introduce en la literatura infantil “la experimentación superrealista, el humor y el compromiso con la bondad y el amor por las cosas, los objetos y animales” (García Padrino, 2009); y que es “quizá el autor que mejor supo adaptar el humorismo de Ramón a la literatura infantil” (Vela, 2010). De hecho, antes de dedicarse a la literatura para niños, durante los años 20, había colaborado en las revistas humorísticas Buen Humor y Gutiérrez, junto a Ramón Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, Manuel Abril o José López Rubio, con los que coincide en el juego con el absurdo, la ruptura con las convenciones, el gusto por la fantasía y el alejamiento de la realidad cotidiana. Pronto alcanzaría importantes reconocimientos por su literatura para niños, como la mención especial en el Premio Nacional de Literatura en 1932, año en que Casona obtiene el primer premio con Flor de Leyendas.
Obligado a exiliarse en México por su compromiso con la II República, el 22 de abril de 1939, tan solo unos días después del final de la guerra civil española, arribó al puerto de Veracruz. Su popularidad como escritor para niños, según narra su gran amigo el diplomático mexicano Mauricio Fresco, le facilitó la entrada en el país de acogida. Fresco narraba así en su libro su primer encuentro con el escritor:
Un día del año de 1939 se presentó en el Consulado de México en Burdeos, Francia, el escritor Antoniorrobles, pidiéndome venir a México. Desde que oí su nombre, la vieja simpatía que me había arrastrado hacia él hacía años, aumentó. Cuando hube escuchado su solicitud para venir a México, le dije:
– Usted sale para México, vía París y el Havre, inmediatamente.
– ¿Inmediatamente? – repuso. ¿Pero cómo es posible eso, si ni siquiera me conoce?
Tres horas más tarde estaba en el tren que lo conduciría al puerto donde se embarcó para México.
Lo conocíamos. Lo conocíamos muy bien. Habíamos sido colaboradores en el mismo periódico Ahora, de Madrid. (Yo era corresponsal de dicho diario en Shanghai, China, cuando ocupaba el puesto de Cónsul de México en China). Sabía que Antoniorrobles había obtenido el premio en un Concurso Nacional de Literatura por su libro de cuentos infantiles Hermanos Monigotes, premiado como el mejor libro del año; otros, por Cuentos de juguetes vivos; y muchos por artículos de literatura infantil. (Fresco, 1950, 159).
En México su obra para niños alcanza una importante difusión, convirtiéndose en “un autor apreciado y conocido” (Sotomayor, 2008, 105) y haciendo “reír a centenares de miles de niños mexicanos” (Fresco, 1950, 160). Esto se debe sobre todo a su labor como locutor de radio; labor que había iniciado en España con anterioridad al exilio. Según el testimonio de Mauricio Fresco, Antoniorrobles radió nada menos que cincuenta comedias infantiles, aunque solo seis de ellas se publicaron (1944) y solo algunas se pusieron en escena1. Además de las comedias, en México escribió numerosos cuentos, siempre con el firme propósito de “dar toda mi cooperación a la educación infantil” (cf. Fresco, 160). También trabajó allí como formador de educadores: desde su llegada impartió un curso de literatura infantil en la Escuela Nacional para Maestros y otros centros de enseñanza, llegando a ocupar la Cátedra de Literatura Infantil en la Escuela Normal de Maestros de México DF. Esta labor como docente le impulsaría a sistematizar y poner por escrito sus ideas sobre la literatura infantil, dedicando al teatro un trabajo titulado “Ensayos de teatro infantil” (Antoniorrobles, 1942a).
En 1972 regresa a España, motivado, según García Padrino, por “la fuerte añoranza de sus lugares más queridos y nunca olvidados”, así como por “una salud ya quebrantada”; además, señala este autor, “Antonio deseaba el reencuentro con su público, con los niños españoles que no habían tenido aún ocasión de conocer sus relatos” (1995, 12). Poco después, en 1973 empiezan a editarse en España algunos de sus títulos, y durante algo más de una década sus obras conocerán varias ediciones y reediciones. Recién restaurada la democracia, en febrero de 1979, el escritor recibió un homenaje organizado por el Centro Nacional de Iniciación del Niño y el Adolescente al Teatro (CNINAT), bajo la dirección de José María Morera. Mediante el título “La fiesta del teatro de Antoniorrobles”, se representó un juego teatral dramatizado a partir de sus cuentos, que recibió el título Hoy de hoy, de mil novecientos hoy. Después se realizaron talleres para niños, y a continuación, con ayuda de los actores profesionales de la compañía Rinconete y Cortadillo –entre los que se encontraban unos jovencísimos Verónica Forqué y José María Pou–, los niños realizaron una serie de “Juegos con cuentos de Antoniorrobles” (Cañamares et al., 132). A partir de mediados de los 80 decae notablemente la reedición de sus obras, y en lo que se refiere a su producción de teatro infantil, a día de hoy sus obras son prácticamente inencontrables y algunas de ellas permanecen inéditas2.
Una escritura ética: teatro al servicio de la paz
Según Marie Franco, en Antoniorrobles “es particularmente fuerte la concepción ética de la creación literaria para los niños”; si escribe para ellos es con el fin de “mejorar a los hombres a través de los libros que pudieran leer en la infancia” (en: Desvois, 2005, 262). En efecto, si hay una constante que se mantiene en su literatura infantil antes, durante y después de su exilio, esta es su defensa a ultranza de la paz y del diálogo, unida a una fe inquebrantable en la bondad esencial del ser humano y en su capacidad de mejorar. Esta creencia se manifiesta no solo en sus obras de creación, sino también en diversos textos teóricos que escribió a lo largo de su vida. Así, por ejemplo, en 1930 hacía un llamamiento a favor de una literatura sin personajes odiosos; en la que incluso los malvados de cada historia pudieran ser compadecidos y disculpados en última instancia:
El personaje enemigo debe llevar siempre un poco de bondad en la punta de la lanza, y no rematarse su figura jamás con veneno. Jamás demos la posibilidad de un hombre malo; irremediablemente malo. Ni humillemos nunca a ningún personaje. Ese espectáculo no debe aprenderlo un niño. Ni las humillaciones, ni las muertes. Y menos, los asesinatos; ni como castigos. […] Yo digo la verdad: a mis malos… hasta trato de disculparles alguna vez. […] Tal vez disculpo para enseñar a disculpar: tal vez porque todo es disculpable, ciertamente. (Antoniorrobles, 1930, 133).
La dura experiencia de la guerra civil le lleva a hacer una defensa de la paz como el valor esencial que hay que transmitir a las futuras generaciones, y en plena contienda, escribe: “Hay que educar a los niños para una Paz futura, monumental y luminosa, que ellos amen eternamente; esa es nuestra tarea. Que entren en la pubertad decididos a defender su Paz mundial, y que sean todos los niños de todos los países, unidos a defenderla” (Antoniorrobles, 1937?). Cuarenta y cinco años después, en su artículo “¿Dramas para el niño?, no”, publicado en el diario Ya (Antoniorrobles, 1975), el autor se mantenía firme en esta convicción:
[…] lo trascendental es perdonar con aciertos literarios a ese malo, con el final de su gratitud, su bondad y su emoción. […] Es difícil, pero hay que buscar una nobleza que pueda caminar en lazo con las rapideces de la civilización. Personalmente he aquí nuestro resumen: el día en que todos aprendamos a perdonar ya no habrá que perdonar a nadie.
No obstante, y pese a su indudable intención moral, Antoniorrobles critica duramente aquella vieja literatura pedagógica destinada a inculcar “valores” en los niños, como el popular Juanito al que tacha de “libro de lecturas ñoñas” (1937?); precisamente porque considera necesaria una literatura eficaz, capaz de conmover al niño, “poner al vivo su sensibilidad” hasta el punto de modificar sus creencias y su comportamiento, se hace imprescindible escribir para él con nuevas formas, con “un concepto literario más moderno”, de “proporciones más amplias” y “fantasía más abierta” (1937?). Su objetivo es muy claro: “dejar impresas en su magín y en su corazoncillo las líneas generales de las ideas nuevas” (ibíd.). Cómo debe ser esa literatura que eduque la sensibilidad mediante nuevas estrategias, es una pregunta a la que da respuesta en varios de sus artículos. En primer lugar, y a semejanza de Bartolozzi y Donato, rehúsa el recurso del castigo, tanto en la vida como en la ficción. En su lugar, lo que Robles propone, y lleva a la práctica en su literatura, es omitir aquello que considera que debe ser desterrado, “borrar la existencia” de cualquier intención amoral, inculcando así la moral “por exclusión” (1930, 20). En las antípodas de lo que, en su opinión, debe la literatura infantil, se encontraría el popular libro Corazón, de Edmundo de Amicis, al que critica su “terco y amargo realismo”, y exclama:
No acepto dolores para entretener a los niños ni acepto el creer que sufriendo un castigo el personaje malo del cuento el lectorcito se hace bueno. ¡No es verdad!, no; lo medita y, en cambio, le entretiene el castigo. Ya sabemos por los adultos que el que no es ladrón o cruel por miedo al presidio, la maldad sigue dentro. Lo que hay que hacer es educar el alma y el carácter. (1975, 2).
Y también como Donato y Bartolozzi, Robles defiende un tipo de literatura para niños que haya sido escrita pensando expresamente en ellos; aunque en su caso opta por rebajar la complejidad de los textos. En su opinión, la literatura que interesa a los niños no puede interesar a los adultos, y viceversa:
Yo tengo el criterio de que el que escribiera con perfección para los niños sin hacer sacrificio de su personalidad literaria, sería un retardado mental; creemos que para escribir literatura infantilista, hay que cortarse las puntas de la vanidad y las del gusto literario de la edad de uno –distinto del de la infancia, naturalmente-, y hacer la obra un poco achicada y simple, o como si dijéramos agachada, para ponernos a su altura y alegrarles o inquietarles directamente con la narración. (1942, 24-25).
Teatro de Chapulín. (Juguetes radiofónicos para niños)
El único libro de teatro para niños que Robles llegó a publicar fue Teatro de Chapulín4, que reunía seis piezas breves (Las zapatillas del payaso, Un jumento en el palacio del rey, La salvación del gato, Don Nubarrón monta el globo, El rey se olvida de la corona y El leopardo salva a la niña) de las que el autor escribió para la radio, y del que se ha dicho que llegó a ser conocido por “todos los niños mexicanos”. Aunque se trata de historias autónomas, en su conjunto todas ellas constituyen una serie protagonizada por los hermanos Rompetacones y Azulita, y su inseparable amigo Chapulín. Tal vez por su origen radiofónico, lo cierto es que su estructura es más narrativa que dramática, pues un Anunciador presenta las acciones, narra aquello que los oyentes no pueden ver, y le sirve al autor como recurso para salvar los saltos temporales. Desde la primera intervención del narrador aparece aquí una de las constantes de la literatura de Antoniorrobles: su predilección por los más humildes:
Pongan ustedes atención y escuchen la voz de uno de los personajes más importantes de la comedia de hoy. (Suena un fuerte rebuzno alegre.) Ya comprenderán ustedes que no se trata de un príncipe, ni menos de una princesa […]. Se trata nada menos que de Zapato: el pequeño burrito cuya historia vamos a referir […] (25).
Antes, incluso, vemos que el personaje que aparece en la ilustración de cubierta y que da título al libro, Chapulín, no es ni más ni menos que un saltamontes. Por su parte, Botón Rompetacones y su hermana Azulita, los niños protagonistas, trabajan como criados: ella se ocupa de los zapatos y de los guantes del rey (26), mientras que él cuida las macetas de palacio y las flores del jardín (71). Sus antagonistas, en cambio, serán el Rey Paraguas III, variable y de poco carácter, y su consejero, Don Nubarrón: “gordo y bigotudo”, les tiene “bastante rabia” a los niños (10) y siempre está maquinando acciones para perjudicarles. También como es habitual en las obras del autor, este conjunto de piezas contiene un claro mensaje a favor de la paz. Sus héroes no solo consiguen salvar los obstáculos que se les cruzan en el camino, sino que, ante todo, lo logran sin hacer daño a nadie y manteniendo a salvo su bondad esencial.
En la primera de las historias, Las zapatillas del payaso, Rompetacones recibe de su payaso favorito unas zapatillas capaces de convertirle en un verdadero artista. Con ellas realiza números extraordinarios e impresiona al público, pero cuando está a punto de hacer el ridículo imitando a los caballos, el payaso le advierte de su error. Aunque en esta pieza Don Nubarrón no consigue hacer daño, queda presentado como personaje egoísta y envidioso, y de algún modo se anuncia la connotación política que adquirirá posteriormente cuando, ante un simple atragantamiento del rey, pretende “que fusilen a todo el personal de la cocina” (11).
En Un jumento en el palacio del rey Azulita está triste y enferma, y para alegrarla, Rompetacones y Chapulín le compran un burrito. Para poder introducirlo en palacio, convencen al rey y a Don Nubarrón diciéndoles que solo así la niña podrá volver a trabajar. Un día el burrito es expulsado al bosque por su comportamiento caprichoso y consentido. Allí aprenderá a ser solidario y trabajador, consiguiendo el perdón del rey, que le permite volver con los niños.
La salvación del gato es la pieza más explícitamente política, con referencias claras a la II Guerra Mundial, durante la cual está escrita. Don Nubarrón ha encerrado a su gato Micifuz en una jaula para pájaros, en castigo por haberse comido medio guajalote (o pavo). Los niños se compadecen de sus lamentos e intentan liberarle, pero antes escucharán los consejos de un soldado herido, quien les convence para que actúen con diplomacia (45). La niña intenta entonces apelar al concepto cristiano del perdón para que el agresor suelte al gatito; ante el fracaso de este intento, pasan al ataque, aunque, aconsejados por el soldado, lo hacen con orden y estrategia, pues solo así conseguirán su objetivo. Don Nubarrón parece actuar a veces como un trasunto del dictador; de hecho, él mismo se autodefine así: “Yo soy un dictador! ¡Yo soy un totalitario! ¡Abajo los perdones!” (47); además, confiesa sentir claras simpatías por los países del Eje:
Don Nubarrón.- Hoy las noticias que leo no son buenas. Aquí dice que ha habido reparto de premios a los niños en un colegio. ¡Ya podían haberles repartido tirones de orejas y pataditas en las espinillas!… Aquí leo también que a los totalitarios los han hecho correr sus enemigos. No me gusta eso. Al fin y al cabo los “nazi-nipones” son como yo: les gustaría mandar en los demás. ¡Qué lástima que las fuerzas aliadas con eso de la “V” de la Victoria, les hagan correr de cuando en cuando! (42).
Como contrapartida a las simpatías pronazis de Don Nubarrón, el simpático soldado que ayuda a los niños fue herido de guerra por haber luchado junto a las fuerzas aliadas. Este personaje, que en el fondo es pacifista, narra así su victoria sobre los submarinos del Eje:
Triunfamos como a mí me gustan los triunfos. Les deshicimos los tanques, y entonces salió nuestra infantería y a todos los agarramos prisioneros. El enemigo no tuvo ni un solo muerto; solo algunos heridos que nuestros médicos curaron cuidadosamente, con tanto interés como si fueran soldados nuestros (44).
En Don Nubarrón monta en globo, el rey Paraguas III se dispone a enviar a Don Nubarrón a un “Congreso antiinfantilista” que se va a producir en un reino próximo al suyo. Este planea proponer medidas como la de encerrar en una cárcel a todos los menores de 40 años, o ponerles un aparato en la boca para que no puedan reír, llorar ni hablar (63). Cuando Chapulín y los niños se enteran, idean una treta para evitar este viaje, haciéndole saltar por los aires cuando el globo apenas ha alcanzado cierta altura; aunque no sin haberle advertido de que se pusiera el paracaídas. Para explicar al Rey lo ocurrido, Chapulín se dirigirá a él en sonoros versos octosílabos de rima consonante, y el monarca responderá con versos similares perdonando a los niños su travesura.
En El rey se olvida de la corona Antoniorrobles se adentra de lleno, más aún, en el ámbito de lo inverosímil. Los héroes de la historia son un perro y la sombra del aeroplano en el que los niños recorren quinientos quilómetros para entregarle al rey su corona de gala: al ver que el perro que la seguía se quedaba atrás, agotado, la sombra del aeroplano decide separarse de la aeronave y quedarse haciendo compañía al animal y refrescándole (78). Agradecido, el rey regala al niño una medalla de las que él mismo iba a lucir; este se la regala a su hermanita, que a su vez se la entrega al perro, que fue quien les siguió corriendo con la corona bajo la sombra del aeroplano, “Y aún sucedió otra cosa trascendental. El perro tomó la medalla cuidadosamente con sus blancos dientecitos, y con una solemnidad que a todos hizo saltar lágrimas de emoción, la dejó suavemente sobre la sombra del aeroplano, que tan noble había sido con él” (80).
El leopardo salva a la niña es la historia que cierra este conjunto de obras. En ella se pueden constatar con claridad las ideas del autor sobre la ausencia de personajes malvados en la ficción para niños. Azulita está enferma de tristeza y de aburrimiento, y para curarla sus amigos llaman a una familia de leopardos. Pero antes uno de ellos les ha hecho saber que, cuando Azulita esté totalmente recuperada, se la comerán entre todos. Después de unos días en que la niña juega con ellos y consigue curarse, el leopardo confiesa que le ha cogido cariño y que nunca haría tal cosa. Don Nubarrón y el rey Paraguas III han desaparecido aquí, todo transcurre entre los niños y los animales en esta última obra, donde no hay lugar para la maldad, aunque en momentos de cierta comicidad niños y animales estuvieran tentados de engañarse mutuamente.
Además, Antoniorrobles escribió otra pieza teatral, inédita al día de hoy, titulada El niño de la naranja. (Juguete para los niños en doce cuadros), que fue premiada en el Primer Certamen Nacional de Teatro Infantil del Instituto Nacional de Bellas Artes de México en 19575. En este caso se trata de una obra de duración normal (algo más de una hora) dividida en doce cuadros: I) Aquí falta un diente; II) Jugando con el mundo; III) ¿Dónde está la pluma?; IV) La apuesta por la naranja; V) Adiós a la Patria; VI) El sobre de cristal; VII) ¡Ay, duda cruel!; VIII) El día número 100; IX) El oso sigue la recta; X) Una princesa y dos pistolas; XI) Corrido de la vuelta al Mundo, y XII) ¡Gran piñata final! El texto abunda en mexicanismos, no ya solo en el léxico, sino también en los giros gramaticales y en la sintaxis; incluso aparecen un grupo de mariachis acompañando la acción e interpretando números musicales. Décadas antes de que temas tan difíciles como el trabajo infantil o la emigración se abordaran en el teatro para niños, Antoniorrobles los aborda aquí con humor y optimismo, a través de un tono farsesco próximo a la caricatura, aunque sin ocultar el drama que supone para el niño dejar sus estudios o tener que alejarse de su entorno.
La estructura de la obra recuerda en parte a la de los cuentos maravillosos, analizada por Propp y ampliamente utilizada en el teatro para niños (Tejerina, 1993). Así, la acción se inicia con una “fechoría” como es el robo a la madre del protagonista, portera de una finca, del dinero que había recaudado para pagar al casero. Lejos de mostrarse abatido, Pepe Grillo intenta animar a su madre y hace planes para recuperarlo. Poco después se despide de sus compañeros de estudio y de su maestro, ya que tiene que dejar la escuela y ponerse a trabajar. Enseguida le surgirá la oportunidad de demostrar su gran rapidez y sus reflejos, consiguiendo así un empleo como chico de los recados. Su velocidad es tal que iguala a la del teléfono, y así lo demostrarán ayudando a su pueblo a salir del paso de una avería inoportuna. Sorprendidos, Lapicero y Zapato le retan a dar la vuelta al mundo en menos de cien días, y para mostrarle el recorrido, utilizan una naranja como si de un globo terráqueo se tratara. El tener que cruzar el mar y despedirse de su tierra da pie a un emotivo lamento en verso en el que se pueden vislumbrar ecos biográficos del propio autor:
Pepe.- (Toma una fruta, se queda pensativo. Habla meditando.) ¡Frutas de nuestra tierra! ¡Mi rica fruta! / ¡No volveré a encontrarte sobre mi ruta! / ¡Cactus, bellos gigantes, guardias de adorno, / Que animáis el paisaje de este contorno: / Me voy a dar completa la vuelta al mundo; / Mas no podré olvidaros, ¡quía! Ni un segundo. / […] ¡Viva México grande! ¡Viva mi patria! (Al indito.) Adiós, amigo mío; venga esa mano / Y un abrazo muy fuerte, que eres mi hermano. ¡Adiós, Patria! Te juro que a mi regreso, / En la primer mazorca te daré un beso. (Toma con decisión el fuete y se hace ver que se arroja al mar.) (p. 26)6.
El dramatismo de la situación se contrapone con golpes de humor, de manera que la lectura nunca llegue a producir angustia o tristeza al niño, algo en lo que el autor insiste en sus ensayos sobre literatura infantil (1942); así, cuando Pepe está atravesando el mar, se encuentra con un náufrago y con una sirena que se quiere casar con él. Cuando finalmente, después de haber dado la vuelta al planeta, llega al punto de partida, encuentra las calles de su pueblo tan engalanadas que es incapaz de reconocerlas, al tiempo que sus vecinos, al verle tan desaseado, tampoco le reconocen. El castigo que Zapato, el malvado de esta historia, pretende imponerle, no es otro que fusilarle. Aunque resulta difícil no encontrar ecos de la situación política que vivía España por entonces, Antoniorrobles no quiere que su personaje se comporte de manera tan siniestra, y poniendo en práctica su propia teoría al respecto, intenta suavizar en lo posible esta situación ante el público infantil:
Lapicero.- ¡No llore, tonta! ¿No ha oído usted?… Primero le iban a fusilar un domingo que no fuese martes; ahorita, un jueves que caiga en domingo. Total, nada. La gente parece mala. Pero cuando les toca hacer las cosas malas, señora, resulta que no son tan malas… ¡El mundo es así! (39-40).
Poco después, Lapicero se dirigirá al público en estos términos:
Lapicero.- Hasta que no termine esta función, no podemos asegurar que la gente sea tan perversa. A esperar, a esperar con paciencia, señora Cuchara… (Deteniéndose un momento antes de desaparecer.) En fin, ¿qué se apuesta usted a que no le fusilan? Vamos a ver, ¿qué se apuesta usted…? ¿A que no…? (Ella sigue gimiendo, y cae el telón al mismo tiempo de desaparecer.) (40).
En efecto, gracias al equívoco, el protagonista tendrá oportunidad de continuar su camino y encontrarse con los ladrones, consiguiendo así recuperar el dinero robado a su madre. Además, libera a una princesa que iba a ser secuestrada. Como no podía ser de otro modo, finalmente se conoce la verdad: Pepe tardó doscientos días en dar la vuelta al mundo porque la dio dos veces, de forma que será doblemente condecorado. Finaliza la función con una gran piñata a la que todos se suman, incluido el antipático Don Zapato, que se contagia de la alegría del resto de los personajes.
Para paliar el dramatismo de algunas de estas situaciones, Antoniorrobles utiliza en esta obra los signos no verbales de la puesta en escena, en la que predomina una atmósfera entre caricaturesca y naif. Así, la escenografía está prevista a base de telones de fondo dibujados y siluetas de gran tamaño (las cuales simularían elementos como animales disecados, un faro o la parte de atrás de un automóvil). En lo que respecta a la utilería y el vestuario, el tamaño desproporcionado de algunos elementos contribuye a la comicidad de las situaciones; así, el guante que utiliza Pepe Grillo para jugar al beísbol es “de descomunales proporciones” (4), y las pistolas que utilizan los ladrones son “inmensas, caricaturescas” (4). La caracterización de los personajes incide en el tono naif o deliberadamente ingenuo. Así por ejemplo, el maestro, Don Campanario, lleva “barba blanca y levitón”, y un “viejo gorro en punta, simpático” (8); Don Lapicero, que se apellida “Cabeza de Perro”, luce un traje actual, aunque “siempre un poco pintoresco” (13); el farero y el marinero lucen “bigotes grandes y gafas oscuras, con objeto de que sean semejantes”, y ambos “hablan con voz cantarina, un poco ridícula” (p. 28). También en la interpretación el autor busca reforzar la comicidad, a través de la exageración de los gestos así como de la propia forma de hablar y los movimientos. A modo de ejemplo, la madre de Pepe, que se llama Cuchara, suspira con grandilocuencia maternal cuando se dirige a su hijo: “¡Hijo de mi alma y mi corazón!” (2); este, estando atado de pies y manos, descuelga el teléfono con los dientes y marca “con las narices” el número de la Policía para denunciar (5); o por citar un caso más: a la entrada del maestro en la escuela, los estudiantes dirán a coro “buenos días”, con soniquete escolar, y el maestro, puesto en pie, les hará seis reverencias (8).
1 Maurico Fresco da noticia de la representación de varias de sus obras por el Teatro Guignol “Periquito”, el 28 de diciembre.
2 La Biblioteca Regional de Madrid Joaquín Leguina conserva buena parte del legado de este autor, incluyendo la edición mexicana de Teatro de Chapulín (de la que no conserva ningún ejemplar la Biblioteca Nacional) y varias obras inéditas.
3 Cito siempre por la edición en línea, publicada en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
4 El título de este volumen hace referencia a la revista Chapulín. (La Revista del Niño Mexicano), editada por la Secretaría de Educación Pública del gobierno mexicano a partir de 1943. En ella aparecieron varios relatos del propio Antoniorrobles, así como de Salvador Bartolozzi (Cerrillo et al., 74).
5 El ejemplar conservado en la Biblioteca Regional de Madrid consta de 58 páginas mecanografiadas y está acompañado del recibo de dicho premio firmado por Antoniorrobles, así como de la convocatoria y las bases del mismo.
6 La exaltación patriótica no solo estaba presente en la escena en que Pepe se despide de su tierra, sino que también aparecerá en una de los últimos cuadros, cuando uno de los muchachos canta una canción a “Mi México amado”, que todos aplaudirán exclamando “¡Muy bien! Arriba la Patria. ¡Arriba!” (41). En otra de las canciones, será el protagonista el que, cantando los lugares por los que ha pasado, haga referencia a España: “Crucé España, ¡solo bendito! / ¡Madre Patria! ¡Qué feliz / al ver la Puerta del Sol / cuando pasé por Madrid!” (49).