El caso de Concha Méndez resulta especialmente problemático a la hora de adscribir su teatro del exilio como teatro infantil. Con anterioridad a 1936 su labor como dramaturga se había desarrollado sobre todo en el ámbito del teatro para niños (El ángel cartero, 1929; El pez engañado, 1933; Ha corrido una estrella, 1934, y El carbón y la rosa, 1935); en este sentido, tal como señaló Pilar Nieva, Méndez “llevó a cabo el proyecto más ambicioso de renovación del género” (1998, 177).
Tras su salida de España, escribe El Nacimiento (cuyo manuscrito está fechado en Bruselas, en 1937), pieza que constituye la primera parte de la trilogía El solitario y que la propia autora incluye entre sus piezas de teatro para niños. No obstante, y pese a que El Nacimiento constituye una de las piezas más interesantes de todo el corpus del teatro infantil del exilio, al tratarse de una de las partes de una trilogía, hemos creído más conveniente abordar la obra en su conjunto en el artículo dedicado a esta autora en lugar de desligar en este apartado una de las piezas del tríptico. Su única pieza escrita en México será la tercera entrega de El Solitario (1945), muy alejada de su producción infantil. Pese a encontrarse en un país que se había mostrado tan propicio a acoger las producciones de teatro infantil, al menos durante los primeros años del exilio, Concha Méndez no vuelve a escribir teatro para niños durante las casi cuatro décadas que pasa en este país.
Dos años antes, en La Habana, la autora había escrito que La caña y el tabaco (1942), obra que en algún caso ha sido considerada como “comedia infantil” (Valender, 1999, 410). No obstante, lo cierto es que la propia Concha Méndez no la incluye entre sus piezas para niños (1942); y de hecho su complejidad formal e incluso su extensión hacen que esta adscripción resulte problemática (Sotomayor, 2008). Por todo ello, hemos optado por tratar de forma conjunta la producción del exilio de esta autora, por lo que remitimos al lector al capítulo dedicado a esta importante dramaturga.